Sobre la forma de hacer fotografía

Abordamos la fotografía desde muchas perspectivas y obedeciendo a muy diversas motivaciones e intenciones, pero, en esencia, la abordamos con cualquiera de dos objetivos, conscientes o no: hacer una representación de la realidad o hacer una interpretación de ella.
En la representación caben de maravilla las llamadas reglas de la composición, que se basan en “fórmulas” o “recetas” probadas desde hace ya muchos años y que acercan al espectador a una experiencia “casi natural”. Me refiero al uso constante del número phi y la sección áurea, la búsqueda por la profundidad y otros elementos íntimamente ligados con la realidad tridimensional y consciente de la que somos parte. En la representación de la realidad—entendida como una copia o intento de copia de la misma: representar = volver a presentar—la relación del autor con el espectador es estrecha e inevitable. Se dan la empatía y la aceptación casi sin esfuerzo, pues el contenido de las imágenes suele serle familiar al espectador; se siente a gusto con lo que ve, aunque sea algo desagradable. En esos términos hay aceptación. Lo vemos continuamente en la fotografía de guerra de James Nachtwey, por ejemplo. El espectador se ve reflejado en las imágenes, se identifica con ellas, con su contenido.
Fotografía de James Nachtwey (http://time.com/3528699/revisiting-911-unpublished-photos-by-james-nachtwey/).
Image used as per the Fair Use doctrine.
 En el caso de la interpretación, las cosas cambian drásticamente, pues  el autor no trabaja pensando en el espectador, sino en sí mismo(a). Lo que expresa, salvo excepciones, puede estar en un lenguaje ininteligible o altamente restringido a un pequeño grupo de sus semejantes, un idiolecto visual, por así decirlo. En este caso, para el autor no se hacen necesarias las comparaciones ni hay límites impuestos por la razón, si bien, en muchos casos (mas no en todos), sí por la estética. La relación con el espectador, como decíamos, es menor, pues se trata de lo que el autor quiere mostrar, no de lo que espectador espera ver. Puede, incluso, no llegar a haber una conexión entre ambos. No obstante, y he aquí una interesante paradoja, el autor trabaja para sí, expresando para sí sin tomar en cuenta al espectador, pero buscando siempre su aprobación. De otro modo, jamás mostraría su trabajo en público. Se podría comparar con un niño que hace un berrinche y, como tal, el espectador, como el adulto que es testigo del berrinche del niño, decide si le hace caso o no.

Fotografía de Andreas Gursky (https://www.artsy.net/artwork/andreas-gursky-99-cent).
Image used as per the Fair Use doctrine.
Hay una línea delgada entre ambas, pues finalmente, cada quien ve lo que ve, no sólo con los ojos, sino a través de los matices de su propia experiencia de vida, de su propio bagaje cultural. La herramienta que se usa para captarlo es la misma, aunque pude variar la forma de usarla. Pero en la representación, el autor trata que el espectador vea “exactamente” lo que él vio, que le provoque las mismas sensaciones, las mismas emociones. En la interpretación, en cambio, el autor trata de mostrar al espectador cómo él (o ella) ve las cosas, quizá para que el espectador lo conozca, lo entienda mejor, o quizá sólo para ser escuchado, si bien, no comprendido. Y quizá esto último sea lo que menos importe.
En una especie de débil analogía se podría decir que el fotógrafo que representa fabrica sillas para que la gente se siente y el fotógrafo que interpreta fabrica sillas para que la gente las admire, pero sin sentarse. El espectador es quien compra las sillas.

#ConcienciaVisual #Iconofilia

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